lunes, diciembre 26, 2011

Desesperación

Me desespero. O no sé si a esto se le puede llamar desesperación o indecisión. Es la vuelta a la situación de siempre. Miedo, demasiado miedo. Miedo a lo desconocido, miedo al fracaso, a estarme equivocando, a que cualquier reacción hacia adelante haga cambiar el status quo éste en el que vivimos, en el que ninguno de los dos es infeliz, pero tampoco completamente feliz. Y en el fondo no es más que eso, miedo a entregarse del todo, miedo a reconocer que quizás estaría dispuesta a darlo todo, a cambiar de vida, de ciudad, de sueños por saber qué es esto que me sube por el estómago y se me clava en medio del pecho y hace que me cueste respirar, miedo a arriesgarse. Pero, ¿no he vivido ya antes esta historia? ¿No he creído estar enamorándome de ti una y otra vez durante los últimos dos años? A veces me pregunto si no lo habré estado siempre, enamorada digo. Ahí, en el fondo, como esos instintos que no sabemos que existen, pero que quedan muy adentro y aparecen cuando una menos se lo espera, que reaccionan ante momentos de la vida, ¿y no será ésta una de esas reacciones incontroladas? Un impulso hacia adelante, hacia algo que llevamos tiempo intentando ocultar, pero aún más tiempo intentando entender. Un impulso o una explicación a los últimos dos años, a la relación que nos ha unido o desunido durante este tiempo, a esa relación que ni tú ni yo ni nadie entenderá nunca, aunque en el fondo sienta que las relaciones no se entienden, se viven. Creo que es justo eso lo que hemos hecho, vivir, a pesar, por ella y también a parte de ella. De la relación, digo, o de lo que sea que es esto o aquello que vivimos.

De repente suena ese bip del teléfono, y es pronto, quizás demasiado pronto o demasiado tarde para estar en la cama. Y te leo entre las letras de una canción, te leo entre sus líneas y aunque no quiera creerlo sé que esos versos son mucho más que unos acordes sueltos, que no están elegidos al azar, que son las 9.30 de la mañana y que hay cientos de personas a las que podías habérselos enviado. Y me quedo enganchada a él, al mensaje digo, porque no sé cómo reaccionar al mismo, ni cuál es el paso que esperas que dé, si es que esperas alguno.

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jueves, noviembre 24, 2011

Las palabras se las lleva el viento

Demuéstrame con hechos que me amas,

bésame con el rubor del primer día,
abrázame con el miedo del primer contacto,
roza mi piel con miedo a que se rompa,
y con la ternura de los tesoros preciados.
Devuélveme las lágrimas que te bebiste,
siéntate a mi lado cuando notas que tiemblo
[de miedo, de emoción, de frío
escúchame aunque sólo murmulle entre llantos,
háblame cuando sientas que no te escucho,
deséame cada día, cada hora,
enloquece junto a mí,
electrifícate, cárgate de mi energía.
Déjame también que te cuide,
que te extrañe, que te sienta, que te bese y te abrace,
déjame que te susurre al oído,
que te acune en momentos difíciles,
que te haga reír, enloquecer, cárgarte de energía,
pero no digas que me amas
que las palabras se las lleva el viento.

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sábado, octubre 22, 2011

Sentido

Me gusta dejarme llevar, con el aire, con el silencio,

en los días raros, y no tan raros,
me gusta sonrojarme cuando me emociono, cuando me hacen reír,
cuando me pillan desprevenida,
me gusta cómo se marcan los hoyuelos en mis mejillas cuando río de verdad,
a carcajadas,
me gusta soñar despierta y que me acompañes,
me gusta hablar dormida y escuchar tus carcajadas junto a mi oreja,
y perder el miedo a decir nada que pueda hacerte marchar,
porque sé que no lo harás,
porque sé que todas las noches concluyen igual,
porque sé que puedo dormir profundamente
justo cuando siento tu aliento en mi nuca,
porque es entonces cuando todo lo demás pierde sentido.

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miércoles, septiembre 07, 2011

Esto debe ser

Hace tan sólo dos horas que te marchaste y ya te echo de menos. Como en aquella canción, tan sólo un post-it en el espejo, tan sólo tu olor en mi almohada, tan sólo la sensación de hormigueo en el estómago, tan sólo ese cosquilleo que te sube por la espalda y que se sitúa ahí en algún punto entre la nuca y la espina dorsal, en algún punto entre mi pecho y mis hombros, en algún punto... y lo cambia todo.

Hace tan sólo tres horas que te marchaste y ya te echo de menos. Echo de menos tu forma de besar mis hombros, poco a poco, respirando, suspirando, durante horas, con esos besos cortos, pero intensos, con ese susurro de "quiero quedarme aquí", para siempre, ¿por qué no? Porque sí, porque nada merece más la pena que cada segundo que paso contigo, porque contigo puedo ser yo, sin límites, sin mordaza, sin represalias.

Hace tan sólo cuatro horas que te marchaste y ya te echo de menos y me escribes que tú también me extrañas, y mi mundo alrededor no es igual, sin tus pinceladas, sin esa sonrisa que me desarme, sin esa sonrisa que podría conseguir de mí cualquier cosa -¿no lo hace ya?-, sin la picardía de tus ojos, de cómo me desvistes con la mirada y no me importa, porque me siento yo, tuya pero yo misma, completamente desnuda, sin complejos, porque nuestros cuerpos encajaron como si hubiesen sido fabricados para ello.

Hace tan sólo cinco horas que te marchaste, y ya te echo de menos, pero sé que sólo me quedan diez para que vuelvas y entonces mi vida cobra sentido, también sin ti, porque me sobran los segundos en el tintero, porque no quiero dejar nada atrás, porque quiero vivirlo todo, sin miedos, sin vergüenza, sin el mundo.

Y el amor debe ser esto, esto que se me cuela por las pestañas, mientras el cuerpo se niega a vivir, esto que me transmite el roce de tus dedos en mi cintura, esto, que me ahogaba cuando te supliqué que me dejaras, esto que me subió desde los dedos de los pies cuando te negaste a hacerlo, esto que ha sido capaz de tumbar abajo una fortaleza contra los desengaños, construida piedra a piedra durante años, esto que ha curado a cámara rápida todas mis heridas, el amor debes ser tú.

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lunes, julio 04, 2011

Huir

Y escapar, y marcharse lejos, muy lejos, donde el dolor y la inconsciencia no hagan mella, donde las lágrimas no existan, donde esta habitación sea un lugar más pequeño, más acogedor, menos vacío, donde esperan los sueños, donde aguarda la esperanza, donde no quede nada, de nada, sólo blanco, yo lo estropeé y ahora tengo que arreglarlo, sólo el mundo y yo. Por fin.

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HOY

Hoy tu imagen me recuerda mis miedos,
y la vergüenza no me deja ni opinar,
sé que se me fue la mano pidiendo besos,
buscaba un abrazo, una sonrisa sincera, quizás un me da igual.

Hoy me falta todo lo que nos unía,
me arrancaron el cariño y la amistad,
y aunque sé que toca asumir culpas,
me siento perdida, me veo indefensa, con otro final.

Y se me escapan los jirones de esas noches,
se me olvida que te quise de verdad,
sé que quizás no elegí mi mejor cara,
me busqué la excusa perfecta para dejarlo atrás,
la frase adecuada que cerrara mis puertas
para renunciar a tu risa en mi cuello, a tu alegría al hablar.

Hoy recuerdo tu imagen borrosa,
y entiendo que fui yo quien la inventó,
sé que necesitaba un personaje de cuento,
un caballero sin sueño, un galán de sofá, quizás un don juan.

Hoy soy yo más dos inviernos,
un verano que se resiste a llegar,
sé que me falta valor y me sobra miedo,
unas alas sin motor, un impulso, un dejar de idealizar.



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sábado, junio 25, 2011

Un poco de azúcar

El calor que entra por la ventana es tan pegajoso que tu presencia aquí, junto a mí, en mi cama, me resulta de todo menos agradable. Noto tu respiración que no me deja dormir y tu aliento en mi nuca que convierte este bochorno en algo más insoportable si cabe. Se supone que estoy enamorada de ti, o eso dicen, pero no encuentro los motivos para tener que soportarte día a día, ni el resto de mi vida, ni los próximos cinco meses. Me sobran, sin embargo, los motivos para dejarte marchar, o para echarte de mi casa (y de mi cama) si fuera necesario.

Me cansa tu manera de pensar en esta relación como una forma de incrementar tu ego, sin ver más allá, sin ser capaz de entender cuánto supone, cuánto cambia, cuánto se siente. Me irrita tu desesperación por ponerle nombre a las cosas, por cerrarlas, enjaular los sentimientos, como si se pudiera, como si sentir fuera algo medible, como si el amor pudiera decidirse, como si pudiera pesarse como se pesan 150 kg de azúcar.

Azúcar también te faltó siempre, el suficiente dulce como para mirarme a los ojos mientras me haces el amor y y sonreír como si nada más en el mundo fuera necesario, y lo bastante como para escribir nuestros nombres en un trozo de pizza, comprar un pastel con "nuestra primera casa juntos" de sabor a chocholate, enseñarme el funcionamiento de las cámaras de vídeo con un agujero de tu ventana que reproduce en la pared de tu habitación todo lo que sucede en un parque cercano, te falta el dulce que da el vino compartido en baños de espuma, el suficiente dulce para tirar abajo todas estas barreras defensivas que antepongo entre tus manos sudorosas y mi piel, castigada por el desengaño de los espejismos en el desierto.

Era fácil. Era lógico que después de tantos años de camino sobre las dunas, con apenas unas migajas de pan y un poco de agua para calmar la sed, aparecieras ante mí, como tantos otros espejismos que nublan la razón y enloquecen el alma. Y ahora, después de haberte traído hasta mi casa, me descubro engañada, ilusa, esperando que despiertes y te des cuenta de todo aquello que estás a punto de perder. Esperando que no pienses que ésta es sólo una noche más que pasamos juntos, sino que seas consciente de que es posiblemente la última noche. El calor aprieta y esta cama no es lo bastante grande para albergar esperanzas amargas. Llevo demasiado tiempo guardando toneladas de azúcar para repartir. Nunca podré decir que no lo he intentado, pero tu sabor no casa con el azúcar como no lo hacen los buenos caldos, que tampoco casan con el verano.

Quizás hay historias que sólo pueden durar un invierno. Yo, después de tanto espejismo, vuelvo a preferir las historias de verano, a la larga, siempre son mucho más dulces, como los helados que las acompañan.

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domingo, mayo 29, 2011

Antes del atardecer

Yo suelo sentirme como un bicho raro, no soy capaz de pasar de una cosa a otra así, sin más. La mayoría de personas, cuando tienen una aventura o una relación larga y rompen, la olvidan. Pasan a otra cosa y olvidan como si nada hubiera pasado. Yo jamás he olvidado a alguien con quien he compartido algo, porque cada persona tiene sus cualidades propias. No se puede reemplazar a nadie, lo que se pierde se pierde. Cada vez que he acabado una relación me afecta muchísimo, jamás me recupero del todo. Por eso pongo mucho cuidado en las relaciones, porque me duelen demasiado. ¡Aunque sea un rollo de una noche!No suelo tenerlos porque echaría de menos las cualidades propias de esa persona

[...]

Necesito los pequeños detalles, son el reflejo de cada uno de nosotros. Es lo que echo de menos constantemente. Por eso no se puede reemplazar a nadie, porque todos estamos hechos de pequeños y preciosos detalles.

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lunes, mayo 16, 2011

En blanco y negro

A mi casa siempre le faltó una fotografía, una de esas, en blanco y negro, de toda la familia, retratados uno a uno, de esas que dan la sensación de que éramos felices y de que teníamos todos los motivos del mundo para sonreír.

Nunca nos faltaron las ganas, creo que no conozco ninguna familia que se riera tanto de sí mismos como nosotros, aún sabiendo que eso suponía una barrera infranqueable para el mundo, incluso para mí.

Salir de esas fotografías donde todo sale bien, y mirarlas desde afuera y notar que ese blanco y negro no es un efecto especial, es un blanco y negro que mide el paso de los años, la antigüedad de las risas y de los momentos felices, la antigüedad de la alegría.

Salir de esas fotografías y darte cuenta de que ese muro infranqueable que has creado sobre los hombros de todos ellos, no es más que una simple y frágil pompa de jabón que no los protege en absoluto de los problemas del mundo, pero tampoco y sobre todo, no les protege de ellos mismos.

A mi casa siempre le faltó una de esas fotografías, una llamada a la alegría, siempre me pareció que sólo generaban envidias, sin darme cuenta de que ninguna de esas fotografías dibuja un mapa real de lo que somos o queremos llegar a ser, ni siquiera de aquello que pretendimos ser.

Un día, caen unos gotarones que acaban con todo, una tormenta que destroza todas esas fotografías en blanco y negro, estropeadas, rotas, por el paso del tiempo y la suciedad y las paredes se quedan peladas de nuevo, como si esos momentos nunca volvieran o desaparecieran para siempre. Como la vida.

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martes, abril 19, 2011

Errar para crecer

Aquella noche cometí un gran error. Intenté olvidar un abrazo con caricias y sexo… de otra persona. Y el universo me lo impidió.

Lo reconozco. No es la primera vez que me lo dicen y es una cualidad de la que me siento orgullosa, aunque no siempre aporte cosas positivas: tengo una sensibilidad especial con los abrazos. Soy capaz de traducir todo lo que una persona intenta decir con un abrazo, sus miedos, sus alegrías, su dolor, sus sueños o esos tantos te quieros, pero también soy capaz de traducir todo aquello que las personas no se atreven a decir.

Por eso te abrazan. Buscan refugio. Los abrazos son el arma que utilizan los cobardes para despedirse de la chica de su vida sin haberle dicho nunca cuánto la querían, pero también la pista clave de un “te quiero, pero me hace daño estar contigo” o un “no puedo darte un abrazo sincero porque descubrirías cuánto te extraño”.

Por eso aquella noche me equivoqué y el universo se empeñó en hacérmelo ver. Cuando la traducción de un abrazo te hace demasiado daño, cuando te abrazan tan fuerte que se hace difícil escapar, cuando un abrazo dice “no quiero vivir sin ti”, sabes que lo único que puede evitar que tu vida se rompa en mil pedazos no es otro abrazo, los abrazos nunca son capaces de equilibrarse unos a otros. Cada abrazo tiene su propia magia, no pueden medirse en la misma balanza. Cuando un abrazo de los de baño de agua caliente, y espuma, arrasa toda tu vida, sólo las caricias y el sexo pueden pararlo.

Pero no vale cualquier sexo, sólo sirven las caricias que nacen del cariño, de la confianza, de la tranquilidad del tiempo, de la sonrisa de la rutina convertida cada día en un momento mágico, de la complicidad. Ese es el único sexo capaz de sofocar el incendio de un abrazo y ese era el momento que yo pretendía buscar.

Y me equivoqué. Olvidé que para conseguirlo tenía que pasar por encima de una persona que buscaba justo lo contrario. Quería un abrazo que le dejara sin aliento y una sonrisa sincera, buscaba darle un sentido a más de un año y medio de sinsentidos –sí, esos sinsentidos que lo hacían todo tan especial, esos-, que buscaba por una vez, olvidar tantas caricias y quizás olvidarlas con un abrazo. Ese abrazo, ese refugio, ese abrazo que sabes que terminará haciéndote daño, ese abrazo que sea capaz de arrasar con todo.

“Si me dices ven, lo dejo todo… pero dime ven”.

Nunca lo hizo y yo tampoco habría sabido que contestar.

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viernes, abril 01, 2011

(sin título)

Hay cosas que siempre terminan cambiado, y mucho. Por suerte.

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martes, marzo 29, 2011

Mínimo Común Denominador

Para que llegar a una conclusión válida habría que descartar de la ecuación las escapadas románticas de Armiche, a ningún otro se le ocurrió tal idea. Por la misma razón, quedarían fuera del resultado la precisión para encontrar rincones únicos en las ciudades de Carlos, las casualidades de los conciertos y las coincidencias musicales de Celso, la combinación perfecta de lluvia + ropa mojada + bañera + espuma + vino + trivial de Alejandro, los silencios cómodos de Pedro y la capacidad para soñar de Aaron. Todo lo que no es común a nadie más no sirve.

Tendría que sacrificar también los orgasmos memorables de Aaron y Pedro, por separado claro, o su capacidad para encontrarlos. Me gustaría reservar Cortázar y sus citas sin hora ni lugar con la maga por las calles de París, que tan sólo dos de ellos adoraban, pero no me salen las cuentas. Los malabares y el circo también se quedarían fuera, atrás las vacaciones bajo la carpa y las escapadas domingueras al Retiro, pelotas él, cariocas yo, y el diábolo compartido a ratos, que sube y baja, enredándose y tomando impulso para seguir adelante, como símbolo seguro de nuestras vidas.

Sus dedos sobre mi espalda, besos mariposa, masajes con aceite perfumado de naranja, pintura de dedos sobre mi cara y el olor a dulce de sus manos, también fuera. Tan sólo tres, como aquellos que juntaban letras sobre el papel o aquellos otros que perseguían flechas azules para mirar el dedo y luego el cielo y luego perseguir las flechas en sentido inverso y contestar al teléfono, a esos teléfonos de las películas en los que alguien llama a una cabina pública. ¿Y el número? ¿Quién les consigue ese número?

Tres Aes lideran el grupo, o lo sostienen, pero siguen siendo insuficientes para actuar como mínimo común denominador definitorio en sí mismo de las similitudes del grupo, de sus conexiones, de su identidad.

Cuatro serían capaces de entrar conmigo en cada una de las salas de cine que visito, sin objeciones. Cuatro serían también los abrazos que marcan la piel a fuego lento, los que generan adicción, en silencio, mientras mudos, se apoderan de ti y te atrapan sin remedio. Cocinar era otro de mis candidatos preferidos, que cocinen ellos, como me han sorprendido hasta ahora, siempre tuve buen ojo para los mañosos, los cocinillas, los que tan sólo con probar un plato sabían exactamente qué le faltaba, un toque de canela, un beso, un poco de harina, un pizquito de sal, sus manos, la mesa de la cocina. Esos cuatro, no, no los mismos, otros cuatro, son los que se desvivían por sentir, abrir la puerta, cerrarla, contra la pared, pasión, sus dedos entrelazados en mi pelo, sus manos en los botones de mi camisa, pasillo, los zapatos, la habitación, la falda, mis medias, la cama, suspirar.

También los había músicos, cuatro o cinco, me guardo el por qué de mis dudas, y la mayoría con dotes para bailar, la mano en la cintura, no te conozco, vienes mucho por aquí, sus dedos en mi costado, un cosquilleo, sus susurros en mi oído, bailar como preámbulo de la vida, de ciertas vidas.

Tanto descarte me hace reducir la ecuación al mínimo, al mínimo común denominador: me salen viajeros, aventureros, amantes de la cultura y el recorrer ciudades nuevas, vivir experiencias nuevas, compartirlas, aprender, pero también capaces de conversar casi sobre cualquier cosa, de tener opinión, de argumentarla. Hablar sola resulta tan tan aburrido, y no menos escuchar, ni yo me soportaría, seamos realistas.

Y aún así, en medio de la nada, ellos, Armiche, Carlos, Celso, Alejandro, Aaron y Pedro, ellos en sus diferencias, pero también en sus parecidos, en sus comunes denominadores, en sus mínimos, ellos impasibles, mares en calma, pacificadores, ellos como un baño de agua caliente al llegar de una tarde de lluvia, ellos, tan diferentes, optaban por un único mínimo común denominador. Un mínimo, como base, como imprescindible, común a todos, denominador, definitorio, clave: la serenidad. La que apacigua mis fieras, la que convierte demonios internos en música melodiosa al llegar la noche, y te abraza con la total seguridad de que todo pasa.

Minima condición, pero también mínimos los candidatos, no es justa, la vida.

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jueves, marzo 10, 2011

Y así terminan los cuentos

Y así terminan los cuentos, sin colorines ni colorados, ni siquiera un beso triste del protagonista en los labios de su amada muerta, ni siquiera un seamos amigos, te voy a presentar al chico del que me he enamorado, ni siquiera un eres especial y lo serás siempre. ¿Dónde quedaron los te prefiero como amiga que ahora tanto añoro?

Llueve. Y lo escucho caer sobre los cristales de mi habitación y tu ausencia se hace aún más grande y más amarga y llega un momento en el que el dolor duele tan poco que lo prefiero ante tanto mar de dudas y de historias sin acabar. Llueve y sé que, aunque al otro lado de la pantalla me dibujen sonrisas varias, este chocolate caliente lo estoy tomando sola. Chocalate hirviendo, manta y peli para las tardes de domingo en mi zona horaria.

Llueve y aunque no la conozco, su risa en tu espalda llega a mí saltando de gota en gota, la imagino mecida en tus brazos, aprovechando aquellos abrazos que yo sacrifiqué, sonriendo con esos besos que eran como un baño de agua caliente. Y espuma. Es difícil aprender a valorar un abrazo, a saber cuáles te suman, cuáles te restan, cuáles debes conservar para siempre a tu lado, pero una se cansa.

Se cansa de salir corriendo bajo la lluvia a buscarte cuando nada sale bien, se cansa de ser heroína, de mendigar abrazos que no se sabe si llegarán, de estar y no ser, de esperar, de modificar el rumbo, de... una se cansa de vivir cansada, sin aire.

Llueve y reconstruyo poco a poco mis pedazos, pedazos de mí, de ti, de él, de un mundo que se desmorona a mi lado, mientras me alegro de haber pasado lo peor, de reconocer -y asumir- que jamás conseguí de ti ese deseo que te transmite su pelo, sus besos, que mi sensualidad debí guardármela para otros, que probablemente tú nunca la viste. O nunca te la mostré. Me alegro de saber que hoy estoy aquí, en la caseta número quince, duna 7, esquina el mar, que este es mi lugar y que no voy a moverme.

Los malos de los cuentos, esos que me miran a los ojos desafiantes para que sepas que van a besarte, también suelen pasarse por aquí, airados por tanta princesa soñadora que no les haga ni caso, hartos de todas esas que luego lloran por las esquinas con sus príncipes rana. Y así terminan los cuentos.

A mí, que vengan a buscarme, si quieren.

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jueves, marzo 03, 2011

Y hoy que sé que no volverás

Se me encoge el estómago al recordar la timidez con la que nos encontramos después de nuestra primera noche. No sabíamos de qué hablar, llovía y ninguno de los dos se atrevía a hablar de lo que había sucedido. Pero yo era capaz de verlo, en tu sonrisa, esa que ahora tanto añoro, veía la mía reflejada y sabía que los dos pensábamos lo mismo, sentía el cosquilleo de tu estómago intentando acallar el mío y el "parecemos dos niños". Ese quiero besarla y no sé si está pensando lo mismo, aunque en el fondo sabíamos que lo pensaba.

Mi tiempo ahora se ha quedado ahí, en ese momento en el que todo parece perfecto, y llueve, y no importa que llueva, y te apetece perder el tiempo bajo la lluvia, y tampoco importa perderlo.

Otras veces prefiero pararme un poco más adelante, en el día en el que dejaste de fumar y me abrazaste con fuerza en la cama, me miraste a los ojos, muy muy cerca y preguntaste ¿a qué huelo? Hueles a champú de frutas y a dulce y a esta suerte de costumbre que ha surgido tras muchos momentos de pasión desenfrenada, a estas risas bajo las sábanas, a estas cosquillas, a este apoyar mi cabeza en tu hombro para ver juntos el último capítulo de nuestra serie preferida. Esta serenidad de la que siempre hui y que ahora tanto necesito.

Es entonces cuando me doy cuenta de que casi llevabas la misma sonrisa, el mismo cosquilleo, la misma timidez, la misma que marcaban mis sonrisas y mis guiños porque hay muchas primeras veces que te pillan por sorpresa y sin escudo y te dejan con la misma cara. Y la lluvia. También llovía entonces, como hoy.

Y hoy que sé que no volverás, te echo de menos, y es un "de menos" que debería ser "de más", me sobran los recuerdos y me pesa la losa del telón que marca el fin, ese que cae sobre los teatros aún cuando sabes que a la historia le queda mucho por contar.


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Son tiempos difíciles para los soñadores...
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