martes, marzo 29, 2011

Mínimo Común Denominador

Para que llegar a una conclusión válida habría que descartar de la ecuación las escapadas románticas de Armiche, a ningún otro se le ocurrió tal idea. Por la misma razón, quedarían fuera del resultado la precisión para encontrar rincones únicos en las ciudades de Carlos, las casualidades de los conciertos y las coincidencias musicales de Celso, la combinación perfecta de lluvia + ropa mojada + bañera + espuma + vino + trivial de Alejandro, los silencios cómodos de Pedro y la capacidad para soñar de Aaron. Todo lo que no es común a nadie más no sirve.

Tendría que sacrificar también los orgasmos memorables de Aaron y Pedro, por separado claro, o su capacidad para encontrarlos. Me gustaría reservar Cortázar y sus citas sin hora ni lugar con la maga por las calles de París, que tan sólo dos de ellos adoraban, pero no me salen las cuentas. Los malabares y el circo también se quedarían fuera, atrás las vacaciones bajo la carpa y las escapadas domingueras al Retiro, pelotas él, cariocas yo, y el diábolo compartido a ratos, que sube y baja, enredándose y tomando impulso para seguir adelante, como símbolo seguro de nuestras vidas.

Sus dedos sobre mi espalda, besos mariposa, masajes con aceite perfumado de naranja, pintura de dedos sobre mi cara y el olor a dulce de sus manos, también fuera. Tan sólo tres, como aquellos que juntaban letras sobre el papel o aquellos otros que perseguían flechas azules para mirar el dedo y luego el cielo y luego perseguir las flechas en sentido inverso y contestar al teléfono, a esos teléfonos de las películas en los que alguien llama a una cabina pública. ¿Y el número? ¿Quién les consigue ese número?

Tres Aes lideran el grupo, o lo sostienen, pero siguen siendo insuficientes para actuar como mínimo común denominador definitorio en sí mismo de las similitudes del grupo, de sus conexiones, de su identidad.

Cuatro serían capaces de entrar conmigo en cada una de las salas de cine que visito, sin objeciones. Cuatro serían también los abrazos que marcan la piel a fuego lento, los que generan adicción, en silencio, mientras mudos, se apoderan de ti y te atrapan sin remedio. Cocinar era otro de mis candidatos preferidos, que cocinen ellos, como me han sorprendido hasta ahora, siempre tuve buen ojo para los mañosos, los cocinillas, los que tan sólo con probar un plato sabían exactamente qué le faltaba, un toque de canela, un beso, un poco de harina, un pizquito de sal, sus manos, la mesa de la cocina. Esos cuatro, no, no los mismos, otros cuatro, son los que se desvivían por sentir, abrir la puerta, cerrarla, contra la pared, pasión, sus dedos entrelazados en mi pelo, sus manos en los botones de mi camisa, pasillo, los zapatos, la habitación, la falda, mis medias, la cama, suspirar.

También los había músicos, cuatro o cinco, me guardo el por qué de mis dudas, y la mayoría con dotes para bailar, la mano en la cintura, no te conozco, vienes mucho por aquí, sus dedos en mi costado, un cosquilleo, sus susurros en mi oído, bailar como preámbulo de la vida, de ciertas vidas.

Tanto descarte me hace reducir la ecuación al mínimo, al mínimo común denominador: me salen viajeros, aventureros, amantes de la cultura y el recorrer ciudades nuevas, vivir experiencias nuevas, compartirlas, aprender, pero también capaces de conversar casi sobre cualquier cosa, de tener opinión, de argumentarla. Hablar sola resulta tan tan aburrido, y no menos escuchar, ni yo me soportaría, seamos realistas.

Y aún así, en medio de la nada, ellos, Armiche, Carlos, Celso, Alejandro, Aaron y Pedro, ellos en sus diferencias, pero también en sus parecidos, en sus comunes denominadores, en sus mínimos, ellos impasibles, mares en calma, pacificadores, ellos como un baño de agua caliente al llegar de una tarde de lluvia, ellos, tan diferentes, optaban por un único mínimo común denominador. Un mínimo, como base, como imprescindible, común a todos, denominador, definitorio, clave: la serenidad. La que apacigua mis fieras, la que convierte demonios internos en música melodiosa al llegar la noche, y te abraza con la total seguridad de que todo pasa.

Minima condición, pero también mínimos los candidatos, no es justa, la vida.

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jueves, marzo 10, 2011

Y así terminan los cuentos

Y así terminan los cuentos, sin colorines ni colorados, ni siquiera un beso triste del protagonista en los labios de su amada muerta, ni siquiera un seamos amigos, te voy a presentar al chico del que me he enamorado, ni siquiera un eres especial y lo serás siempre. ¿Dónde quedaron los te prefiero como amiga que ahora tanto añoro?

Llueve. Y lo escucho caer sobre los cristales de mi habitación y tu ausencia se hace aún más grande y más amarga y llega un momento en el que el dolor duele tan poco que lo prefiero ante tanto mar de dudas y de historias sin acabar. Llueve y sé que, aunque al otro lado de la pantalla me dibujen sonrisas varias, este chocolate caliente lo estoy tomando sola. Chocalate hirviendo, manta y peli para las tardes de domingo en mi zona horaria.

Llueve y aunque no la conozco, su risa en tu espalda llega a mí saltando de gota en gota, la imagino mecida en tus brazos, aprovechando aquellos abrazos que yo sacrifiqué, sonriendo con esos besos que eran como un baño de agua caliente. Y espuma. Es difícil aprender a valorar un abrazo, a saber cuáles te suman, cuáles te restan, cuáles debes conservar para siempre a tu lado, pero una se cansa.

Se cansa de salir corriendo bajo la lluvia a buscarte cuando nada sale bien, se cansa de ser heroína, de mendigar abrazos que no se sabe si llegarán, de estar y no ser, de esperar, de modificar el rumbo, de... una se cansa de vivir cansada, sin aire.

Llueve y reconstruyo poco a poco mis pedazos, pedazos de mí, de ti, de él, de un mundo que se desmorona a mi lado, mientras me alegro de haber pasado lo peor, de reconocer -y asumir- que jamás conseguí de ti ese deseo que te transmite su pelo, sus besos, que mi sensualidad debí guardármela para otros, que probablemente tú nunca la viste. O nunca te la mostré. Me alegro de saber que hoy estoy aquí, en la caseta número quince, duna 7, esquina el mar, que este es mi lugar y que no voy a moverme.

Los malos de los cuentos, esos que me miran a los ojos desafiantes para que sepas que van a besarte, también suelen pasarse por aquí, airados por tanta princesa soñadora que no les haga ni caso, hartos de todas esas que luego lloran por las esquinas con sus príncipes rana. Y así terminan los cuentos.

A mí, que vengan a buscarme, si quieren.

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jueves, marzo 03, 2011

Y hoy que sé que no volverás

Se me encoge el estómago al recordar la timidez con la que nos encontramos después de nuestra primera noche. No sabíamos de qué hablar, llovía y ninguno de los dos se atrevía a hablar de lo que había sucedido. Pero yo era capaz de verlo, en tu sonrisa, esa que ahora tanto añoro, veía la mía reflejada y sabía que los dos pensábamos lo mismo, sentía el cosquilleo de tu estómago intentando acallar el mío y el "parecemos dos niños". Ese quiero besarla y no sé si está pensando lo mismo, aunque en el fondo sabíamos que lo pensaba.

Mi tiempo ahora se ha quedado ahí, en ese momento en el que todo parece perfecto, y llueve, y no importa que llueva, y te apetece perder el tiempo bajo la lluvia, y tampoco importa perderlo.

Otras veces prefiero pararme un poco más adelante, en el día en el que dejaste de fumar y me abrazaste con fuerza en la cama, me miraste a los ojos, muy muy cerca y preguntaste ¿a qué huelo? Hueles a champú de frutas y a dulce y a esta suerte de costumbre que ha surgido tras muchos momentos de pasión desenfrenada, a estas risas bajo las sábanas, a estas cosquillas, a este apoyar mi cabeza en tu hombro para ver juntos el último capítulo de nuestra serie preferida. Esta serenidad de la que siempre hui y que ahora tanto necesito.

Es entonces cuando me doy cuenta de que casi llevabas la misma sonrisa, el mismo cosquilleo, la misma timidez, la misma que marcaban mis sonrisas y mis guiños porque hay muchas primeras veces que te pillan por sorpresa y sin escudo y te dejan con la misma cara. Y la lluvia. También llovía entonces, como hoy.

Y hoy que sé que no volverás, te echo de menos, y es un "de menos" que debería ser "de más", me sobran los recuerdos y me pesa la losa del telón que marca el fin, ese que cae sobre los teatros aún cuando sabes que a la historia le queda mucho por contar.


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Son tiempos difíciles para los soñadores...
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