martes, julio 21, 2009

Corazas

Le conocí previsiblemente desnuda
a falta de blindajes equívocos
le observé eludir mis aldabas
sin las corazas idóneas
percibí su olor,
arrastrándose en mis entrañas,
sin los permisos previstos
sin mancillar las cerraduras
filtrándose, sin más,
como la arena entre los dedos.
Ví como sus dedos serpenteaban mis cicatrices,
el color revuelto de sus púpilas
se clavaba en la parte interna de mis lunares
y la tortura de su mano en mi yo más íntimo
levando las anclas de aquella máscara
del hielo, que se postró sobre mis hombros.
No me sirven ahora los recuerdos
ni la sensación vacua de su incursión en mí
aquí, un silogismo queda sólo desierto,
lisiado, deforme, incapaz,
falto de la respuesta que juraron sus labios mudos
a la espera de esa proposición certera
que el ruido de sus pasos intentaban deducir.
Y en su lugar tropiezo con los escombros
con las armaduras quebradas
abierta en dos mitades irremediablemente opuestas
apuñalada de muerte en el hueco del ombligo
justo donde comienza la vida.
Hoy anochece sobre mis lorigas raídas
tras la pasión sin palabras
que trepó hasta la boca del estómago
y después emigró a París
como emigran los sueños robados
abandonándome a la soledad
y a la magnitud de las sábanas vacías.

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martes, julio 14, 2009

Lunes felino

Para la reina Monde,
no como despedida

sino como forma de comenzar
a construir la nueva colmena.





Dejé de contar al llegar a los 21.457 pasos. Demasiados para una sólo noche, incluso para mí.


En aquella cuenta estaban todos los minutos que tardé en llegar a su casa mientras descubría, no sin sorpresa, que comencé a buscar el portal 142 caminando desde el único punto que conocía de su calle, un centenar de números -y no menos glorietas- antes.

Hice un poco la vista larga entre vaso y vaso de vino para retomar la cuenta en el alféizar de su ventana, en los saltos y el gato que nos miraba suplicante desde el borde del pasillo verde -ahora que se ha corrido la voz sobre lo que mostraba aquella película para los no tan niños-, y nos miraba como si saltar al vacío fuera cosa de una raza superior -la suya- mientras recitaba el cógeme si te atreves en minino antiguo a los ojos penetrantes de su amada que se mecía impasible en el siguiente balcón.

Aún no sé si incluir en la cuenta los pasos en falso y los de la cuerda floja y el gateo seductor que resultó ser la única forma de traer a nuestro galán de vuelta a casa, no sin antes terminar la demostración de sus destrezas saltando estoicamente sobre mis hombros.

Entonces recuperé mi vaso -el tercero- y saludé con una reverencia al público que había presenciado nuestra actuación: un par de parejas y un par de cervezas en una terraza tranquila de verano, alegres por descubrir que ellos nunca fueron los locos de la historia.

Lo que vino después no lo recuerdo con precisión. Pelos de gato, pasos, vino, una cuesta, pasos y más pasos, un teatro, unos ojos azules, una pendiente y más pasos, una nueva pausa y cerveza con limón.

Entonces, disfruté por primera vez del papel de sujetavelas, captando al vuelo las miradas furtivas que se lanzaban al aire aquellos dos tintos de verano junto al Puente de Segovia, hasta que decidí marcharme, tras haber recopilado suficiente información para las crónicas del día siguiente y con la esperanza de dejarlos a buen recaudo en una cita con billete para asistir en primera fila a la despedida de dos cuerpos desnudos en las saunas madrileñas.

Y retomé la cuenta: pasos hasta el teatro de La Latina, más pasos hasta la Plaza de Tirso de Molina, el metro en obras cerrado antes de tiempo y más pasos dirección Antón Martín, las dos de la mañana al enfilar la calle Atocha y parar al fin junto a las vías del ferrocarril a esa hora dormidas.

Perdí la cuenta al llegar a los 21.457 pasos junto a la estación de Atocha porque las gotas de Madrid que me resbalaban por la espalda me gritaban a voces que aún me restaban como mínimo 60 pasos más hasta mi tercero sin ascensor para pasar una noche en la sauna real, ya sin gatos, pasos ni tintos que sólo se enamoran en verano.




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jueves, julio 09, 2009

Imposibles #3 (Día 891: Desesperación)

Sin saber
por qué se me ahogan en la pupila
las gotas de esta tortura china
por qué se me arrastran
las caras largas, los sueños vacíos,
las realidades susurradas al oído
y los pinchazos
del cañón en la nuca
de la vida que dispara a traición
del final de los finales
que acecha cada vez más cerca
de este infierno
que es cálido y suave y tentador
donde tú sólo apareces en el retrato
sobre la chimenea
y en mis recuerdos
del filo de la navaja en tu barbilla
y el olor de tu sangre
cayendo a borbotones sobre mis manos.
Sin saberlo
te extraño tanto
como en aquel momento.

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jueves, julio 02, 2009

Mi pequeña muerte E

He visto mi vida pasar ante los ojos, bueno, en realidad no, quizás sea porque tampoco he vivido lo suficiente. Durante unos minutos eternos sólo he pensado que mi vida terminaría así, lentamente, sin agua ni alimentos, mientras miraba cómo mi cara amarilleaba por la deshidratación y el espejo me devolvía una silueta deforme, insulsa, de una persona que no ha vivido lo suficiente, de alguien que en su momento quiso vivir más, y no le dejaron. Estaba sola, sentada sobre una cama con las sábanas por cambiar, un plato y una botella de agua vacía y un par de zapatos nuevos que ni siquiera tuve tiempo de sacar de sus cajas. Esa era mi única opción de muerte, la otra, la descartada, era saltar al patio interior desde mi tercer piso, intentar no hacerme demasiado daño con las cables donde mis vecinos cuelgan sus calzoncillos que siguen sucios, evitar que alguna pinza se colara disimuladamente en alguno de mis ojos o se clavara en mi estómago con la inquietante curiosidad del cirujano que siempre quiso ver el lugar dónde comienzan los ombligos. La otra, la soñada, era la de caminar en equilibrio por la liña de la ropa hasta la ventanta -medio abierta desde hace meses- del soldado de enfrente, que dicen que es marine y nunca viene, y encontrármelo mirando con las persianas abiertas, sólo para recordarme que estoy utilizando su lugar para tender y que por favor, tenga usted la bondad de dejar de pisar ahí, que luego se me ensuciará la ropa que nunca tiendo y que nunca lavo. La otra, la posible, era la de morir de inanición justo en el momento en el que terminara de ver el último capítulo de la última serie que encontrara en Internet, porque hasta la muerte puede ser más agradable si se tiene banda ancha y wireless y la batería no se acaba y la tormenta de verano no nos deja sin suministro eléctrico otra vez.

No he visto la vida pasar ante mis ojos, menuda estúpidez, sólo pensaba en morir en medio de un orgasmo eterno, extraordinario, etéreo, emocionante, estelar, epícureo, especial, exquisito, espléndido, entrañable, elegantemente erótico, exuberante, exitantemente elíseo, mi pequeña muerte E.

No he visto pasar ante mis ojos los mejores momentos de mi vida, sólo he visto como la nueva novia de mi compañero de piso rompía calladamente la cerradura de mi puerta, así en silencio, sin hacer ruido, como quien no quiere la cosa y me sacaba de mis ensoñaciones y de mi bien fingida claustrofobia y me devolvía a mi vida sin imágenes y sin pequeñas muertes.

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Son tiempos difíciles para los soñadores...
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Ellos me contaron que...

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