martes, abril 21, 2009

Semana Literaria. Texto 2: El olor de tu reflejo (réplica)

El día que decidí morir ni siquiera mi familia estaba cerca para impedírmelo. Elegí uno de esos días en los que las visitas estaban prohibidas, uno de esos festivos en los que la mayor parte del personal se tomaba el día libre para visitar a sus parientes. El día que decidí quitarme la vida, probablemente ni siquiera yo estaba allí.

Las cosas no estaban tan mal por ese entonces, el mundo parecía haberse reordenado tras la tormenta y los días transcurrían tranquilamente. Ya no necesitaba los calmantes y podía pasarme horas conversando con las enfermeras de mi planta sobre el clima, el gobierno de turno, lo guapo que aparecía Jude Law en su última película o las erratas que aparecían en los libros que leía mientras permanecí en el hospital.

No era un día especialmente trágico, no había ningún suceso anterior en mi vida que hubiese recordado, ninguna nota en el calendario que provocara una recaída, ni siquiera una llamada o una carta que no me apeteciera recibir. No, mi pasado no volvía a tomar las riendas en mi vida ni me impedía sonreír. Alejandro, el psicólogo que llevaba mi caso, tampoco lo entendió. Había dedicado media vida al estudio y a la especialización en su campo y de repente una paciente que parece curada decide saltar por la ventana sin razón aparente.

Pero siempre hay razones para las acciones enfermizas.

Ni siquiera una estricta dictadura militar podría haber impedido mi caída al vacío aquella tarde, ni el recuerdo de los días en el campo con los abuelos. Cualquiera en mi situación lo hubiese entendido sin reparos.

Nuestra relación siempre fue enfermiza, una adicción al otro, probablemente sin motivos, pero más peligrosa que cualquiera de las drogas y una desaparición que nunca entendí, bueno, que nadie entendió, no había sido la mejor forma de ponerle fin.

Todas las drogas que he tomado, he conseguido dejarlas poco a poco, sin decisiones bruscas, sin aspavientos, en pequeñas dosis. Tu partida no sirvió para nada. Me quedé aquí, sufriendo el mono, anclada en este sin saber, en esta sensación de que me falta algo, de que ya nada tiene sentido, de que mataría por tener tan sólo una pequeña dosis de ti.

Y eso hice. Aquella mañana me desperté con tu olor en mi almohada, y de repente, comenzaron de nuevo las taquicardias, la ansiedad, la búsqueda, los ojos en blanco, la vida, la euforia, el caos. Busqué infructuosamente el origen del olor con la mirada. No había nadie en la habitación, nadie en la puerta, no se escuchaban voces en el pasillo, la televisión apagada, la ventana cerrada, el suelo limpio, flores en el jarrón, sábanas recién estrenadas, nada.

Entonces lo vi. Había un pequeño pájaro muerto junto a la puerta. No sé cómo llegó allí ni cómo murió, probablemente se golpeó tontamente contra el cristal de la ventana o el ventanal de la puerta. Pero allí estaba, trayendo ese olor hacía mí, ese olor a muerte, a tu muerte, a ti. Regalándome los efluvios de tu último día conmigo. Entonces lo vi. Había encontrado la solución a mi enfermedad.

Ahora todo está oscuro, alguien canta algo a mi alrededor y noto como el mundo se mueve bajo mis pies. Han intentado perfumarme para liberarme de tu olor incluso ahora, que todo tiene sentido. Pero no lo han conseguido.

Yo sí, porque siempre hay razones para las acciones enfermizas, y este ataúd cerrado con el olor a nuestra muerte es justo la dosis que necesitaba para el resto de mi vida.


Puedes leer el original en la página de Darkblue7.

Si lo que quieres es saber de qué va la Semana Literaria, aquí te lo cuento.

1 comentarios:

Antonio Lino Rivero Chaparro mar abr 21, 08:12:00 p. m.  

Bonita iniciativa ¡felicidades a ambos!

Son tiempos difíciles para los soñadores...
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