jueves, junio 28, 2007

Lunes 4 y cuarto menguante

Uno, dos, tres, cuatro… Hace días que los cuento a todas horas, y aún no he conseguido contar siempre el mismo número de barrotes. No sé, tal vez sea la vida, el sueño, las horas, la oscuridad. Tal vez sea el cansancio, el aburrimiento, la soledad.

Nueve, diez, once, doce… He perdido la cuenta, igual que perdí hace meses la cuenta de los días que he pasado encerrada en estas cuatro paredes, sin luz, sin nadie con quien hablar, sin nadie con quien compartir una mirada, a oscuras, absoluta y terriblemente a oscuras.

Veintitrés, veinticuatro, veinticinco,… Cada una de las esquinas de este cuarto lleva escrita mis horas bajas en este encierro, cada una de ellas me ha visto pasar por momentos de locura y de histeria, de resignación y desesperación, cada una de estas esquinas me ha visto realmente como soy, como la lunática que llevo dentro, porque en ellas he depositado mis máscaras, mis infiernos, mis poses y mis otros yos, condicionados por lo quiero ser y lo que no soy.


Treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho,… En la esquina derecha superior de esta celda he dejado mi seriedad, mi yo excesivamente responsable que hace años que yo no encuentro pero la vida se encargó de depositar sobre mis hombros para siempre, inamovible, incansable, presuntuosa y centro de atención, mi tan odiada supuesta seriedad.


Cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y uno,… En la esquina izquierda inferior mi agresividad, acompañada de mi seguridad que se contenta con asomarse tras la sombra de la primera, mis respuestas exactas y precisas, mi actitud lógica y realista, mi yo práctica y ambiciosa. Se han quedado ahí mirándome con cara de no entender nada, con cara de destierro, mientras yo las miraba desde aquí sin ser capaz de reconocerlas como parte de mí, como parte de este olvido y de este trocito de cielo en el que solía vivir. Nunca me sentí identificada con esta esquina de mi apariencia y nunca entendí como mi Yo subconsciente era capaz de transmitirlas como máscara y parte de lo que algún día fui.


Sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro,… En la esquina derecha trasera, he depositado mi timidez después de que mi yo charlatana, se descojonara –sí, sí, descojonara – a lágrima viva al descubrirla. ¿Tímida yo? A ratos, a veces, a intervalos tan pequeños de tiempo que resultan casi imperceptibles. He descubierto que sólo se mostraba durante los dos pequeños segundos del comienzo de una conversación, quizás se estiraba hasta alcanzar los primeros veinte minutos cuando se trataba de conversar con posibles candidatos a mi cariño, desilusionados y extrañados. Escurridiza, inadvertida, precavida y bien disimulada timidez.


Setenta y cinco, setenta y seis, setenta y siete,… Y allá, en el fondo en la esquina izquierda, distraída, ensimismada y atolondrada está mi distancia, que se ha quedado ahí quieta, indiferente e independiente, pero inseparable de mi frialdad aparente y mi supuesta madurez. Yo, abrazadora por naturaleza, cariñosa sin solución, bañada por una capa distante y fría, una máscara de hielo de lo que fui y de lo que aún no he dejado de ser. Nunca pensé que aún siguiera ahí ese disfraz, después de años de haberlo tirado a la basura, después de haber proclamado orgullosa a los cuatro vientos que me había librado de él. Ya ves, mi distancia emocional sigue aquí, dando coletazos en la vida y desmotivando corazones.


Ochenta y ocho, ochenta y nueve, noventa… Bajo esa cama, he guardado todos mis miedos, mis derrotas y mis inseguridades, esas que sí tengo y que nadie parece ver, esas que son lo que hay y lo que creo que muestro. Esas que me amarran a estas cuatro paredes y me condenan a este insensato y deleznable encierro, esas que se empeñan en impedirme ser feliz, esas que he conseguido extirpar a base de llantos y quejas sin sentido en conversaciones de horas y de amigos. Bajo la cama que vigilo de medio lado, para evitar que se escapen, para evitar que me pillen desprevenida otra vez.


Noventa y tres, noventa y cuatro, noventa y cinco… Aquí, aquí en el centro y en el suelo de esta maldita celda me he quedado sólo yo, me he desligado de todos los fantasmas del pasado y de todos los disfraces del presente. He permitido a mis emociones bailar a gusto, a mi Yo lunática, esa que soy y he sido siempre, esa que nadie ve, esa que sólo se muestra en silencio, en sueño interno, esa que sólo quiere aparecer cuando nadie la observa y en los lunes 4 y cuarto menguante. He olvidado mis prejuicios, y he comenzado a hacer todo aquello que siempre quise hacer, todo aquello que me define de verdad y todo aquello que le facilitará reconocerme entre la multitud, y Mirarme a los Ojos como dijo A., y dejar que el mundo nos permita compartir un par de conversaciones a solas. Eso bastaría. Y ha sido entonces, justo en el momento en el que me quedé sola, sola de verdad con mi Yo real, cuando conseguí terminar de contar.


Ciento seis, ciento siete y ciento ocho. Ciento ocho barrotes que me impiden ver el sol, ciento ocho barrotes que me han tenido aquí encerrada durante tanto tiempo y se han encargado de olvidarme como siempre fui. He terminado de contar, de una vez y para siempre, porque ahora que tengo claro cuántos barrotes me retienen en esta cárcel filosofal puedo mirar sin miedo al techo y descubrir que esta caja no tiene tapa y que me basta escalar un par de metros para volver a ver la luz. Por fin.

pd. Sabes que va dedicado a ti, niña, sin tu ayuda nada habría sido posible.



Leer más...

miércoles, junio 20, 2007

Viento en popa a toda vela

Volvamos atrás. Atrás en la historia, atrás en el mundo, atrás en el sueño. Si me dedicas tus besos de nuevo, podré ser capaz de descubrir mil canciones bajo tu almohada y robarle al tiempo los sentidos y los silencios como antes lo hacíamos. Volvamos atrás. Atrás entre los besos de la gente y las lágrimas de los alegres, entre aquella sonrisa y la mía bajo la luz de la farola que nos despidió en el puerto. Permíteme rozar apenas ese pelo y contar los pasos que hay desde tu boca hasta el lóbulo de tu oreja, reanudar los viajes en tu cintura, y sentir bajo mi piel el roce de tus manos.

Si la vida nos diera un minuto, sólo un minuto más, regresaría a ti sin duda, a perfilar la comisura de tus labios y a robarte los suspiros bajo las sábanas. A quererte como nunca te quise y adormecerme en tu regazo como si el mundo aún pudiera ponerse en pie. Ya sé que nunca te quise, ¿pero no puede la vida hacerme cambiar tanto? Quizás habría preferido amarte menos y quererte más, sobre todo si eso te hacía permanecer a mi lado y me permitía volver a sentir tu aliento junto a mi nuca. Sobre todo si eso me hubiese ayudado a continuar navegando sola, como siempre, sin tu ayuda.

Me prometiste que te quedarías aquí para siempre, aquí en este cuarto cerrado, con este millón de estrellas bajo mis ojos, a navegar desde este barco, viento en popa a toda vela, y evitar pisar el suelo para que ese tiburón llamado realidad que se encuentra bajo nuestros pies viniera a destrozar mis sueños. Prometiste quedarte aquí a mi lado escuchando el mar, con la brisa que empapaba mi pelo con descaro; rescatando juntos los delfines, jugando con los caballitos de mar y superando tempestades. Permanecer aquí asidos a este timón que llevábamos siempre juntos, siempre los dos, siempre.

Pero mentiste, y la mar no es clemente con los errores, y me ha dado su permiso para castigarte. Ya no importa cuánto supliques, ni que me denuncies en los siete mares, ya no importa que grites a pleno pulmón porque nadie va a escucharte, no te sirve de nada suplicar mi perdón, ni gimotear por tu vida, ni desear otro sueño, porque la mar no perdona y tú te has ganado a pulso permanecer encerrado dentro de mi camarote.

Leer más...

martes, junio 05, 2007

No Surprises


Son las 8 de la mañana de un martes cualquiera de un mes cualquiera. Suena el despertador y lo apagas en sueños. Son las 8 y 10 minutos de un día normal de un mes normal. Puedes escuchar bajo la almohada el ruido de un despertador que vuelve a sonar y la vida que llama a tu puerta sin pedir permiso. Aún dormida las gotas caen por tus mejillas y te das cuenta de que no eres tú. No eres tú desde hace días, desde hace meses quizás… Y hoy te va a llevar mucho más esfuerzo sentirte cómoda ante ese reflejo que tienes delante.

Sabes que toca disfrazarse, disfrazarse como siempre has dicho que no harías, pero sabes que aliviar esa molestia interior conlleva primero sentirte a gusto con esta chica de ojos grandes que te reta a través del cristal. Llevarte bien con ella, permitirle sus caprichos, para que te devuelva la boca del estómago y la deje donde estaba, en su sitio, en tu sitio. Abres el armario y encuentras un escote bonito, provocativo pero discreto, no es tu estilo pero un escote de vez en cuando no le hace mal a nadie y al menos la chica del espejo parece un poco más contenta.

El nudo del estómago sigue ahí, te aprieta, te amordaza, te impide respirar con normalidad, te patea las entrañas recordándote a ratos que nadie es tan fuerte, que ni siquiera tú, allá, mucho más allá, donde te deja tu distancia emocional y tu intuitiva esencialidad eres capaz de aguantar ciertos dolores.

La culpas, la miras, ahí, está en frente de ti, en ese cristal y en esa imagen que fue tan tuya y la culpas por todo lo que te está pasando, sabes que en el fondo no estás culpando a nadie, es sólo un reflejo, pero el muy cabrón sonríe ante tu desesperación. Decides que hoy toca presumir de lo que no eres, y maquillas sin piedad esos grandes ojos: sombras, rímel y eyeliner, todo en uno y todo oscuro. Hoy necesitas apagar esos dos focos, necesitas sentirlos muy tuyos, muy adentro, y robárselos a esa desconsiderada que te mira desde el espejo.

Ella se enfada y te patea las entrañas de nuevo, rehace el nudo de tu estómago, corta el paso al aire y a los suspiros, se revuelve y se retuerce dentro de ti, mientras te mira fijamente bajo esos párpados teñidos. Y a pesar de todo te resistes, te levantas y pretendes seguir con tu vida.

Las ganas se te escapan por las mangas de la camiseta, se te escurren las ilusiones entre los dedos de las manos y se te suben los miedos a la cabeza. Y piensas en todas las cosas que te han pasado, piensas en todas las cosas que aún te quedan por pasar, y te das cuenta de que esta lucha interna contra tu yo vencida no te guarda ninguna sorpresa. Te das cuenta de que esta lucha diaria contra tu estómago y tu yo interior al que hace tiempo que no quieres escuchar no tiene sentido. Y en ese instante, cuando dejas de pelear con el nudo que tienes en el estómago, entonces, sólo entonces, mueres de verdad.

Leer más...
Son tiempos difíciles para los soñadores...
Creative Commons License

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Alnitak no se responsabiliza de las opiniones y comentarios vertidos por los usuarios. Cualquier sugerencia será bien recibida.


Ellos me contaron que...

Followers

  ©Template by Dicas Blogger.