Lunes 4 y cuarto menguante
Nueve, diez, once, doce… He perdido la cuenta, igual que perdí hace meses la cuenta de los días que he pasado encerrada en estas cuatro paredes, sin luz, sin nadie con quien hablar, sin nadie con quien compartir una mirada, a oscuras, absoluta y terriblemente a oscuras.
Veintitrés, veinticuatro, veinticinco,… Cada una de las esquinas de este cuarto lleva escrita mis horas bajas en este encierro, cada una de ellas me ha visto pasar por momentos de locura y de histeria, de resignación y desesperación, cada una de estas esquinas me ha visto realmente como soy, como la lunática que llevo dentro, porque en ellas he depositado mis máscaras, mis infiernos, mis poses y mis otros yos, condicionados por lo quiero ser y lo que no soy.
Treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho,… En la esquina derecha superior de esta celda he dejado mi seriedad, mi yo excesivamente responsable que hace años que yo no encuentro pero la vida se encargó de depositar sobre mis hombros para siempre, inamovible, incansable, presuntuosa y centro de atención, mi tan odiada supuesta seriedad.
Cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y uno,… En la esquina izquierda inferior mi agresividad, acompañada de mi seguridad que se contenta con asomarse tras la sombra de la primera, mis respuestas exactas y precisas, mi actitud lógica y realista, mi yo práctica y ambiciosa. Se han quedado ahí mirándome con cara de no entender nada, con cara de destierro, mientras yo las miraba desde aquí sin ser capaz de reconocerlas como parte de mí, como parte de este olvido y de este trocito de cielo en el que solía vivir. Nunca me sentí identificada con esta esquina de mi apariencia y nunca entendí como mi Yo subconsciente era capaz de transmitirlas como máscara y parte de lo que algún día fui.
Sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro,… En la esquina derecha trasera, he depositado mi timidez después de que mi yo charlatana, se descojonara –sí, sí, descojonara – a lágrima viva al descubrirla. ¿Tímida yo? A ratos, a veces, a intervalos tan pequeños de tiempo que resultan casi imperceptibles. He descubierto que sólo se mostraba durante los dos pequeños segundos del comienzo de una conversación, quizás se estiraba hasta alcanzar los primeros veinte minutos cuando se trataba de conversar con posibles candidatos a mi cariño, desilusionados y extrañados. Escurridiza, inadvertida, precavida y bien disimulada timidez.
Setenta y cinco, setenta y seis, setenta y siete,… Y allá, en el fondo en la esquina izquierda, distraída, ensimismada y atolondrada está mi distancia, que se ha quedado ahí quieta, indiferente e independiente, pero inseparable de mi frialdad aparente y mi supuesta madurez. Yo, abrazadora por naturaleza, cariñosa sin solución, bañada por una capa distante y fría, una máscara de hielo de lo que fui y de lo que aún no he dejado de ser. Nunca pensé que aún siguiera ahí ese disfraz, después de años de haberlo tirado a la basura, después de haber proclamado orgullosa a los cuatro vientos que me había librado de él. Ya ves, mi distancia emocional sigue aquí, dando coletazos en la vida y desmotivando corazones.
Ochenta y ocho, ochenta y nueve, noventa… Bajo esa cama, he guardado todos mis miedos, mis derrotas y mis inseguridades, esas que sí tengo y que nadie parece ver, esas que son lo que hay y lo que creo que muestro. Esas que me amarran a estas cuatro paredes y me condenan a este insensato y deleznable encierro, esas que se empeñan en impedirme ser feliz, esas que he conseguido extirpar a base de llantos y quejas sin sentido en conversaciones de horas y de amigos. Bajo la cama que vigilo de medio lado, para evitar que se escapen, para evitar que me pillen desprevenida otra vez.
Noventa y tres, noventa y cuatro, noventa y cinco… Aquí, aquí en el centro y en el suelo de esta maldita celda me he quedado sólo yo, me he desligado de todos los fantasmas del pasado y de todos los disfraces del presente. He permitido a mis emociones bailar a gusto, a mi Yo lunática, esa que soy y he sido siempre, esa que nadie ve, esa que sólo se muestra en silencio, en sueño interno, esa que sólo quiere aparecer cuando nadie la observa y en los lunes 4 y cuarto menguante. He olvidado mis prejuicios, y he comenzado a hacer todo aquello que siempre quise hacer, todo aquello que me define de verdad y todo aquello que le facilitará reconocerme entre la multitud, y Mirarme a los Ojos como dijo A., y dejar que el mundo nos permita compartir un par de conversaciones a solas. Eso bastaría. Y ha sido entonces, justo en el momento en el que me quedé sola, sola de verdad con mi Yo real, cuando conseguí terminar de contar.
Ciento seis, ciento siete y ciento ocho. Ciento ocho barrotes que me impiden ver el sol, ciento ocho barrotes que me han tenido aquí encerrada durante tanto tiempo y se han encargado de olvidarme como siempre fui. He terminado de contar, de una vez y para siempre, porque ahora que tengo claro cuántos barrotes me retienen en esta cárcel filosofal puedo mirar sin miedo al techo y descubrir que esta caja no tiene tapa y que me basta escalar un par de metros para volver a ver la luz. Por fin.
pd. Sabes que va dedicado a ti, niña, sin tu ayuda nada habría sido posible.