365 palabras para 365 días
Este año, cuando comenzó, vino con un pan bajo el brazo, un pan de esos que te aportan la energía suficiente para seguir adelante durante doce largos meses, un pan de esos que te ofrecen en la sala de espera en la que has estado durante años y en la que conoces a otras personas que como tú han estado esperando su momento y a las que irremediablemente echarás de menos.
Ese pan fue el alimento diario para esta montaña rusa que comenzó con la creación de más de mil grullas que exige la tradición japonesa para poder pedir que se cumplieran mis sueños, más de mil grullas que me llevaron a ver mis escritos al otro lado del Atlántico, a filmar con mayor o menor acierto todo lo que encontré a mi paso, y a volar por primera vez como una verdadera abeja reina, sin prejuicios, sin remordimientos, a dejarme llevar más allá de mis límites y a traer de vuelta a mi vida a aquella niña que aún se permitía soñar.
"Siento que el 2009 va a ser un año en el que nos pasarán cosas importantes", fue la profecía de una pequeña bruja que me visita en ocasiones. Y así ha sido. Ha sido el año del aprendizaje, del autoconocimiento, de bordear los límites, de superar los errores y sobrellevar algunas pérdidas -una vez más-, el año de aprender a dejarse llevar -y de todo el esfuerzo que eso supuso-, para que la vida pudiera acercarme a todo lo que realmente estaba esperando.
Y lo que parece un final, un final de año, de ciclo, quizás de ciudad, no debería ser más que un alto en el camino, una parada para coger aire y recuperar lo conseguido durante el último año, lo avanzado. Pero como cada año, nuestro calendario anual culmina a las puertas del invierno, que este año parece mucho menos frío, que parece por primera vez en mucho tiempo, un buen invierno, quizás porque tú estás aquí, porque has llegado y nunca es tarde para hacerte un hueco en el nuevo año que comienza, si te apetece quedarte, y porque pase lo que pase, todo va a salir bien.
Ese pan fue el alimento diario para esta montaña rusa que comenzó con la creación de más de mil grullas que exige la tradición japonesa para poder pedir que se cumplieran mis sueños, más de mil grullas que me llevaron a ver mis escritos al otro lado del Atlántico, a filmar con mayor o menor acierto todo lo que encontré a mi paso, y a volar por primera vez como una verdadera abeja reina, sin prejuicios, sin remordimientos, a dejarme llevar más allá de mis límites y a traer de vuelta a mi vida a aquella niña que aún se permitía soñar.
"Siento que el 2009 va a ser un año en el que nos pasarán cosas importantes", fue la profecía de una pequeña bruja que me visita en ocasiones. Y así ha sido. Ha sido el año del aprendizaje, del autoconocimiento, de bordear los límites, de superar los errores y sobrellevar algunas pérdidas -una vez más-, el año de aprender a dejarse llevar -y de todo el esfuerzo que eso supuso-, para que la vida pudiera acercarme a todo lo que realmente estaba esperando.
Y lo que parece un final, un final de año, de ciclo, quizás de ciudad, no debería ser más que un alto en el camino, una parada para coger aire y recuperar lo conseguido durante el último año, lo avanzado. Pero como cada año, nuestro calendario anual culmina a las puertas del invierno, que este año parece mucho menos frío, que parece por primera vez en mucho tiempo, un buen invierno, quizás porque tú estás aquí, porque has llegado y nunca es tarde para hacerte un hueco en el nuevo año que comienza, si te apetece quedarte, y porque pase lo que pase, todo va a salir bien.