Niños azules
Los niños azules han invadido la ciudad. Sí, probablemente aún no los hayas visto pero están aquí y no tienen ninguna intención de marcharse. A veces nos espían entre la multitud vigilando nuestros movimientos y contando los suspiros que dejamos escapar a nuestro paso.
Los niños azules son seres inmensamente felices, se alimentan de la risa propia y ajena, respiran sonrisas y su única ocupación real es repartir abrazos a diestro y siniestro. Lo de coleccionar suspiros vino mucho después, justo cuando decidieron emigrar y mudarse para instalarse a nuestro alrededor. En su país, una muchedumbre de niños colapsa las calles de la ciudad con maratones continuos de abrazos y la vida comenzaba a ser un tanto rutinaria.
Los más atrevidos han decidido aventurarse a sobrevivir aquí, a pesar de que las risas escasean y los abrazos no son de nuestra predilección. A menudo se sorprenden de que podamos vivir en un ambiente tan frío, triste, gélido desde su punto de vista.
Ése fue el motivo por el que comenzaron a coleccionar suspiros. Para los niños azules un suspiro vale más que mil palabras pero lleva muchísimo tiempo aprender a identificarlos. Saber diferenciar entre suspiros de resignación y de amor es lo primero que se aprende pero la diferencia entre un suspiro de cansancio y uno de indiferencia es tan mínima que cualquier leve aproximación puede llevar a una terrible confusión.
Sin embargo, el trabajo minucioso y bien hecho es otra de las virtudes de estos pequeños seres que no descansarán hasta que consigan averiguar al primer sonido lo que le ocurre y consecuentemente, lo que necesita cada persona.
Aparentemente, estos niños son iguales a cualquiera de los nuestros pero visten con prendas mayoritariamente azules y se muestran mucho más cariñosos y amables. Si uno de estos días te los cruzas por casualidad, no intentes escabullirte y déjate convencer para que te premien con uno de sus abrazos. Seguro que no te arrepentirás, yo aún continúo con una sonrisa de oreja a oreja.
Los niños azules son seres inmensamente felices, se alimentan de la risa propia y ajena, respiran sonrisas y su única ocupación real es repartir abrazos a diestro y siniestro. Lo de coleccionar suspiros vino mucho después, justo cuando decidieron emigrar y mudarse para instalarse a nuestro alrededor. En su país, una muchedumbre de niños colapsa las calles de la ciudad con maratones continuos de abrazos y la vida comenzaba a ser un tanto rutinaria.
Los más atrevidos han decidido aventurarse a sobrevivir aquí, a pesar de que las risas escasean y los abrazos no son de nuestra predilección. A menudo se sorprenden de que podamos vivir en un ambiente tan frío, triste, gélido desde su punto de vista.
Ése fue el motivo por el que comenzaron a coleccionar suspiros. Para los niños azules un suspiro vale más que mil palabras pero lleva muchísimo tiempo aprender a identificarlos. Saber diferenciar entre suspiros de resignación y de amor es lo primero que se aprende pero la diferencia entre un suspiro de cansancio y uno de indiferencia es tan mínima que cualquier leve aproximación puede llevar a una terrible confusión.
Sin embargo, el trabajo minucioso y bien hecho es otra de las virtudes de estos pequeños seres que no descansarán hasta que consigan averiguar al primer sonido lo que le ocurre y consecuentemente, lo que necesita cada persona.
Aparentemente, estos niños son iguales a cualquiera de los nuestros pero visten con prendas mayoritariamente azules y se muestran mucho más cariñosos y amables. Si uno de estos días te los cruzas por casualidad, no intentes escabullirte y déjate convencer para que te premien con uno de sus abrazos. Seguro que no te arrepentirás, yo aún continúo con una sonrisa de oreja a oreja.