No sirvo
Yo no sirvo. Soy como el hombre de hielo de Murakami, frío, intenso, huidizo, rehaciendo una nueva vida en el Polo Sur, olvidando que están aquí, a mi lado, que no vivo rodeada de pingüinos famélicos que te comerían sin duda si cayeras a esta océano helado que me rodea en los días de lluvia. No sirvo para mantener a las personas junto a mí porque no soy capaz de demostrar mis sentimientos, después de dos frases ya se han ido, y ya me han dejado aquí con la palabra en la boca, cotorreando en voz alta que nunca les quise lo suficiente. No sirvo para decirlo, ni para demostrarlo, ni para conseguir que te enamores de mí y que tengas claro que te he elegido "one in a million" aunque ya no haya flores en mi ventana ni sea capaz de escuchar a Travis sin dejar caer una lágrima. Tampoco se me da bien aparentar imposibles, yo soy así, lo que ves, incoherente, contradictoria, indecisa, excéntrica, payasa, histriónica, melancólica empedernida, imposible. Yo no sirvo para prometerte la vida, no sirvo para asegurarte que mañana aún estaré aquí, que te seguiré queriendo, que te echaré de menos, que me moriré si no estás, que es el destino, que eres mi vida, que no te vayas, que aquí te espero. No sirvo para rogarte que te quedes, que inviertas en mí tu tiempo, que me llames a las tres de la mañana, y me despiertes y me cuentes un cuento de hadas que acabas de leer en una revista gratuita al volver en el último metro. No sirvo para que construyamos casas comunes, para hacer planes y que tu hermana me venda la parte de la casa que tiene contigo y acordemos en el contrato que tú tengas derecho de compra preferente, por si algún día dejamos de ser y estar. No sirvo, precisamente porque nunca lo tuve claro.
Yo sirvo para contar los lunares que tienes en la espalda hoy y bailarte a solas, sirvo para pintar tu cara con pintura de dedos, para perderme en ti, para quedarme dormida gracias a la nana que me canta tu pecho, para comprarte batido de vainilla o hacer tiramisú y transportarte en nuestra burbuja personal a visitar uno de los mejores atardeceres junto al mar, y para pasear de mano sólo si vamos caminando por la playa, para deformar las nubes sobre nuestras cabezas, para mirarte a los ojos muy de cerca y convertirnos en un único unicornio. Sirvo para enseñarte rituales para poder lanzar al agua anhelos propios y hacerlos realidad, y trazar un círculo muy pequeño entre tu signo y el mío, allá en el firmamento, y liberar a Orión y devolverlo a su Artemisa que en ningún momento quiso enviarlo al cielo. Sirvo para contarte teorías cada vez más locas, para desatar tormentas y vendavales si sabes darle rienda suelta a mis instintos, sirvo para prometerte esta noche, las dos próximas horas, para empezar hoy aquí contigo un amor eterno de dos días y renovar licencia de explotación si a su término aún nos queda amor pendiente de hacer o labios a punto de besar. Pero nunca tuve el tiempo suficiente de mostrártelo a ti ni a nadie, porque siempre espero que los demás digan lo que sienten e intento no decirlo ni hablarlo, porque yo no sirvo para nada de eso.
Sólo hay una cosa que tengo clara: sirvo para quererte, sin decírtelo nunca, más de lo que nadie te pudo querer, pero nunca me oirás reconocerlo en voz alta porque, la mayor parte de las veces, ni siquiera me doy cuenta de que está sucediendo, o quizás sí, y por eso, por miedo, prefiero callar.