jueves, diciembre 27, 2007

Yo

Hace veinte minutos que es mi cumpleaños, tan sólo veinte minutos que terminó mi primer cuarto de siglo, veinte minutos que me separan de una vida. Hoy es mi cumpleaños y he decidido celebrarlo de la mejor forma posible y de la única forma posible: sola. Caminar por las calles llenas de gente y sentirme verdaderamente sola, respirar, concentrarme en mi respiración, acercarme a la taquilla y comprar una única entrada (aún con carnet de estudiante), una botella de agua pequeña y dos chupachups (uno de naranja y otro de limón, la mezcla de lo dulce y lo ácido siempre ha sido mi perdición) y disfrutar de la pantalla grande. ¿La película? Ninguna obra maestra, ningún director aclamado, Ensemble, c'est tout con mi querida Audrey Tautou a la cabeza y un chico bastante mono acompañándola, cine francés en mi cumpleaños ¿cómo no? Una de esas películas para salir de la sala pensando que todo tiene su lado positivo y que tenemos que arriesgarnos un poco para encontrarlo.

Salir y caminar por las calles ahora vacías, sonreírle a la luna casi llena que se asoma en el cielo entre los edificios, olvidar el mundo, respirar el aire, concentrarme y escuchar el sonido de mis pisadas en el suelo, observar la forma de todas y cada una de las baldosas, extasiarme con las luces colgadas de balcón a balcón, descubrir como el mundo nace en cada sonrisa, en cada mirada, con cada roce y con cada palabra dicha. Escuchar de fondo el ruido de la gente, fotografiar las palmeras navideñas, y acercarme a ver el Belén en el que el niño duerme ajeno a la vida en su cueva rodeada por verodes; y acercarme a la avenida, sólo dos minutos, y respirar todo el mar que pueda para llevármelo muy dentro y fotografiar la luna intentando conquistar a las olas, y descubrir, de repente, veinticinco años después que las baldosas de la avenida imitan envidiosas la forma de las olas, y sorprenderme por ello, y alegrarme y sentirme un poquitito más feliz.

Y entonces llegar corriendo a la parada y pillar por los pelos la última guagua (para no dejar de ser yo) y sentirme en casa y perderme en Las ciudades Invisibles de Italo Calvino, y recordarlas y recordarme paseando por sus calles y sorprendiéndome de nuevo por tener la sensación de haberlas visitado todas y cada una de ellas, y llegar a una única conclusión: no puedo seguir buscando por el mundo mi ciudad, mi ciudad se va conmigo y por eso consigo ser feliz en todas partes y volver y ser feliz también en casa, donde nunca pensé que podría serlo, y ser y estar triste en todas esas ciudades porque la vida, como las ciudades, tiene un poco de cal y un poco de arena.

Mirar por la ventana, respirar el olor a tierra mojada, a hierba mojada, a casa, y seguir leyendo.

Pasear a solas por las calles vacías, por los atajos oscuros y encontrarme con él, un gato que me llama como siempre y espera mi respuesta, y maullar y pararme a disfrutar del silencio y reírme muda con la rana que lo rompe para saludarme, saltándose todas las normas.

Y ser yo, verdaderamente yo, completamente yo, absolutamente yo, en mi vida (que hacía tiempo que no me lo permitía) y aquí en el blog (por primera vez), sin literatura, sin exageraciones, sin narrativa, sin imaginación, sin florituras ni personajes secundarios, sin prosa y sin poesía, sólo yo, hoy, el día de mi cumpleaños.

Yo con un cuarto de siglo a mis espaldas, un año más vieja, un año menos sabia y un año más de supuesta madurez, pero también un año más curiosa, un año de tener menos los pies en el suelo y un año más de [re]encontrarme conmigo misma, menos real pero más verdadera. Disfrutar de haberme regalado hoy un poquito de soledad, un poquito de éxtasis y un poquito de maravillarme con el mundo y sentirme contenta, feliz por primera vez en mucho tiempo de que hoy sea mi cumpleaños, y saber que eso mola, que es buena señal.

Y llegar aquí y escribir, con sinceridad y de corazón como nunca antes, porque sin esto, mi yo verdadero no tendría sentido.

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lunes, diciembre 24, 2007

Una Navidad diferente

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sábado, diciembre 15, 2007

Vivir sin aire

Prefiero morir de sueños.

Sí, prefiero hundirme en esta ilusión que me carcome el alma, enterrarme bajo las esperanzas en todo aquello que deseo, caer hasta la esquina que formarían tus brazos en mi cintura, enmudecer ante todas esas sonrisas que me enviaste mientras dormía, recordar como acariciabas mi pelo en un pasado que no existió, entristecerme a ratos por amarte tanto, desfallecer entre suspiros de amor por ti, agonizar por debajo de tu ombligo y sucumbir a ese deseo que nos mataba a besos en mis peores pesadillas, escapar al encanto inquieto y triste de la histeria compartida, de la locura repartida y la vida en tus ojos, perder la vida entre las manos que ni siquiera llegué a rozar, desplomarme en el lóbulo de tu oreja, perecer en tu pecho y apagarme poco a poco, beso a beso, y salir de este mundo por el hueco que te reservo entre mis piernas.

Soñar es desear sin cuerpo, concluir sin alma, perder la consciencia en las comisuras de tus labios y quedarme ciega mientras iluminas mi vida con tus ojos, extinguirme con cada roce imaginado y exprimirme con cada beso soñado, humillarme sin más dueño que mi propia imaginación, recluirme entre mi sábana y mi mente, olvidarme cuando mis dedos te persiguen y te desean hasta desfallecer.

Vivir de sueños es abandonar este mundo paralelo, esta vida inventada y llegar a sentir por todos los poros de la piel, rendirme cuando aún no ha comenzado la historia y escapar, escapar muy lejos donde los sueños no se acaban y la imaginación no depende de metros en hora punta o escaleras de caracol, huir en el silencio de mis propias palabras, llorar en el lugar donde el mar se tragará mis lágrimas, claudicar e instalarme en la tristeza mejor, refugiarme en un te quiero, desistir ante mi miedo y el tuyo, esconderme cuando suplico por ser vista, renunciar a morir sin ti y a vivir contigo.

Despertarme a medianoche y flaquear a tu lado es parte de ese sueño en el que vivo y prefiero vivir, parte del lado interno más fogoso de esta timidez externa. Por eso, prefiero compartir almohada con mi sueño, arruinar mi vida entre sus plumas, y caer en picado de esta nube, porque sólo así podré fallecer en vida, morir en sueños, sonreir en la tristeza, encontrar tranquilidad en este mundo de relojes andantes y princesas sin cuento, entregarme sin dudas y vivir, sí, vivir sin aire.

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sábado, diciembre 01, 2007

A través de las rendijas


Madrid se viste de frío. Se viste de bufandas y de abrigos, se viste de gris.

[Cambiemos la escala de colores y redibujemos el mundo.]

Se viste de gris, pero es un gris dorado, azul, como este cielo que sonríe prepotente sobre nuestras cabezas. Y el frío se cuela por sus rendijas, esas que todos dejamos entreabiertas por miedo a perder los rayos de sol. Es un frío helado, constante, inteligente, que siempre sabe quienes no se han abrigado lo suficiente. Se esconde aquí o allá para aparecer cuando menos se le espera.

El frío de Madrid es astuto y descorazonado pero no profundo, no es un frío real, no te atraviesa a cuchilladas ni te congela el alma. Es un frío superficial, aparente, que viene con ganas de asustar pero le pierde su timidez y le pierde su pánico.

Ayer, él y yo nos sentamos a hablar con una cerveza de por medio. Me confió asustado que tiene miedo a desaparecer y que ya sabe que en algunos aspectos de la vida su marcha supondrá una mejora, pero que en otros Madrid, su contaminación y los madrileños podrían terminar pagando las consecuencias. Nuestra charla se alargó hasta muy entrada la madrugada, y con la perspicacia que me caracteriza conseguí que me contara sus miedos más secretos, aquello que le atemoriza de verdad, aquello que ve a través de las rendijas de las casas. Esas soledades eternas, ese orgullo petrificado, esos miedos helados, al futuro, al presente, al pasado; ese mundo que corre deprisa y se olvida poco a poco de amar despacio, esas tormentas internas que enmudecen el alma y congelan los sentimientos, esas miradas guardadas y esos silencios incómodos que pueblan el mundo.

Y luego se marchó, después de robarme las horas y arrancarme el corazón a hachazos. Se marchó, dejándome con esta especie de agua helada en medio del pecho, hurtándome mis emociones y olvidándome aquí, temblando de frío, odiándome por haberlo abrazado con tanta efusión y rezando por salir algún día de este gris oscuro.

[Cambiemos la escala de grises y redibujemos el mundo. Por favor.]

Alnitak. Epicentro 2.5: El Frío

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Son tiempos difíciles para los soñadores...
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